Publicado en Mr. Menú
(8 de junio 2018, día de la muerte de Tony)
Estoy recostado en la cama, animándome a entrar a la ducha y tomar al día por los cuernos cuando recibo el mensaje, la guacalada fría, el columbograma trágico con noticias desde la dimensión más fría de la galaxia donde se esconde la muerte y sus sombras. El mensaje dice que Tony, más conocido como Bourdain murió hace un par de horas. Lo acompañan emojis tristes. Siento una enorme desesperanza. Una puta tristeza.
Rápidamente busco en internet y me doy cuenta que fue suicidio. Luego pienso en Asia Argento –su novia de los últimos meses con quien se veían de una felicidad inmensurable que me hizo volver a creer en el amor, el tiempo y sus misterios–. También pienso en su hija y, por último, en todo lo que le aprendí de sus libros –en especial Kitchen Confidential y Medium Raw–. También pienso en los programas, sobre todo No Reservations que me lo veía con entusiasmo y con esas ganas que te inundan cuando ves a un tipo comiendo, bebiendo cerveza y viajando por el mundo con una camiseta de Ramones o Sex Pistols.
«Si algo puedo decir de Anthony Bourdain, este punketo con el corazón en la mano y en la mirada, es que me inspiró como nadie».
Pasa que la comida, la música y el amor siempre van de la mano. Es una ecuación ineludible. Sus tentáculos alcanzan hasta al corazón más abatido y lo llenan de cosas hermosas. Arrullos de ternura. Sobre todo.
Pues Tony utilizaba esa ecuación con mucha elegancia. Era parte de su tripleta eficaz en cada uno de los programas que produjo, ¡porque ojo!, Bourdain no solo era un presentador sino un investigador profundo sobre las comidas del mundo. Cada episodio era un desafío y un descubrimiento. Era mostrarle al vulgo que que la comida siempre ha estado ahí mucho antes que nosotros, y de lo que imaginábamos. Y que los hábitos de sobrevivencia de la raza humana también tienen su gran delicadeza, su gusto, su magia y su delicatesen. Todo un ritual, en todo caso, esto de llevar alimentos a la boca desde la prehistoria.
Descubrir los mejores platos, los personajes más insólitos y los lugares menos pensados le salía fácil y era envidiable. Admirable. Su deseo de viajar a los rincones más recónditos e indagar con la cultura local y sus ingredientes para mostrarlos al mundo era algo único. Digamos que él, y su equipo, eran una especie de antropólogos tercos y comprometidos descubriendo las verdades culinarias de un planeta lleno de regalos culinarios, porque así hay que ver al producto y a los ingredientes: como un regalo. Y eso Bourdain lo tenía presente todo el tiempo. Nunca lo olvidó. Nos lo transmitió en cada capítulo como ningún otro cocinero.
La verdad, es que Bourdain era un embajador de la gastronomía de todo el mundo. Un conocedor único y privilegiado. Un héroe irreverente que salía frente a cámara con una “resaca del demonio” y luego tomaba una cerveza de un solo sorbo para quitarse esa temible goma. Luego paseaba por playas, saludaba a gente, entraba a mercados, olía los vegetales, saboreaba animales recién muertos, probaba todo, comía en la calle, comedores de suburbio; cocinaba en el patio de un recién conocido, maldecía todo el tiempo, criticaba, se enamoraba de la sonrisa de una niña. Se sorprendía frente a un paisaje y dejaba ver ternura en la mirada.
«Su muerte me deja frío y taciturno. Un poco distante y devastado. Con ganas de un abrazo o un asado que dure todo el fin de semana».
Presiento que su felicidad no era algo mesurable en una decisión imprevista que muchos catalogaron de temeraria. Va más allá de eso. Es algo a lo que le das vueltas y vueltas en la cabeza a través de los años. Te saluda por las mañanas, te besa la frente por las noches y a veces se queda más tiempo en días difíciles. El suicidio siempre es una opción, y a veces, aunque no parezca, puede ser la más valiente de todas. Esto me recuerda a algo que escribí sobre Chris Cornell, Scott Weiland y los suicidas en mi columna de música en Esquisses hace un par de años: "Los tristes siempre seremos tristes".
Pero bueno, supongo que solamente uno sabe realmente cómo se está siente por dentro. La felicidad no tiene nada que ver con fama, viajes, lujos, dinero o amor. La felicidad es algo más profundo que llenar pasaportes, cuentas bancarias, estómagos sin fondo y sonrisas cómplices frente a millones de televidentes.
«La felicidad es un misterio y algo efímero como una buena receta».
Adiós, mi querido Bourdain. Nunca olvidaré esas madrugadas intensas viendo programa tras programa y conociendo el mundo a través de tus ojos de cocinero y viajero. Me inspiraste a la gastronomía, y estudié gastronomía. Me inspiraste a escribir de comida, y he escrito mucho sobre gastronomía. Me inspiraste a escuchar más punk, y eso escucho muchas veces. Me inspiraste a probar cualquier plato, y eso hago cada vez que puedo. Me inspiraste a viajar, y pronto viajaré como nunca antes.
Seguramente te encontraré en aquel plato de fideos de ese comedor horrible en Laos o en aquella playa de Vietnam que me inspiró a escribir un cuento que publiqué hace algunos años. Adiós, Bad Boy Chef.
Te recordaré flaco, alto, con tatuajes pálidos y con el pelo blanco recortado. También te recordaré silbando e inspirándonos. Gracias por tanto.
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