Los tristes siempre seremos tristes: Adiós, Chris Cornell
- Pablito Bromo
- May 18
- 3 min read
Updated: May 19
Publicada en Esquisses
(19 de mayo del 2017, un día después de su muerte)
Hace diecisiete meses escribía sobre la muerte de Scott Weiland: «Todo termina. Es inevitable. La voz del roquero más salvaje de los noventa ha muerto, y con su voz cruda y distorsionada, toda una edad borrosa también termina».
Cuando pienso en esto, una tristeza me inunda y me convulsiona por dentro. Un huracán destruye todo a su paso y, sin fuerza, me pongo a teclear este tren de recuerdos y rolas que se diluyen en un agujero triste, un agujero negro y tatuado sobre el sol más sicodélico, friolento y oscuro de los noventa.
Sí, Chris Cornell –el sobreviviente de la tristeza, el guaro y las drogas– ha muerto. Se suicidó después de dar un concierto con su manada de lobos, la Soundgarden.

Ese fue mi despertador de hoy por la mañana. No una caricia, no un beso. No una buena noticia o la voz de la que me gusta. Sino esta: la fría y cruda realidad que nos acecha. La muerte ingrata y coqueta que nos anda oliendo las mañas, que nos besa de a poquitos la boca y nos abre las piernas invitando a un viaje infinito cada noche. Así, medio dormido y medio despierto, leí el mensaje y no quise despabilarme. Abracé la almohada, fuerte, volví a cerrar los ojos y empuñé un atisbo de rabia o ternura bajo las sábanas. No fue la mejor noticia para empezar la mañana, claro, pero cuando lo pienso más calmo creo que quizá sí fue la noticia más atinada y la más necesaria: un recordatorio abrupto de que «cansa ser, duele sentir y pensar destruye» como escribió Fernando Pessoa, aquel brillante poeta portugués que lo perseguían voces y escribió esa hilaridad constante desde muchísimos personajes con genio y talento.
Y es que no hay otra opción –para nosotros los tristes, los rotos, los melancólicos– que vivir tristes. Vivir a veces resulta una complicación insólita y sin sentido, a pesar de los destellos hermosos de felicidad, que como bien dice el querido Julio Prado en Twitter: “Los rotos nos divertimos poco… y cuando lo hacemos todo estalla en chispas incandescentes”. Por eso comprendo y respeto la decisión de Cornell. Aunque la felicidad, cuando se manifiesta, es una galaxia con fuegos pirotécnicos y nebulosas contenidas que hay que dejarlas libres.
Al igual que para Cobain, Curtis, Morrison, Winehouse o Hutchence la muerte fue solo una puerta. Lo mismo pensaron Alfonsina Storni, Andrés Caicedo, David Foster Wallace, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Paul Celan, Anne Sexton, Virginia Woolf o Robin Williams, Lupe Vélez, Heath Ledger, Philip Seymour Hoffman y la lista continúa –créame–.
Pero dejando a un lado la tristeza y el suicidio, yo celebro la felicidad y sus fórmulas. Por eso al grunge lo guardo muy cerquita del corazón por causas ineludibles. Fue mi primer covacha y mi refugio. Mi primer búnker donde me encerré por largas horas a interpretar la vida. Y como escribía en ese diciembre, con la muerte de Weiland-Cobain-Staley, se mueren muchas cosas. En especial una: el fulgor musical de la adolescencia y la esperanza rebelde de una época.
Tardes y noches enteras escuchando el Nevermind, el Core, el Ten, el Mellon Collie, el Sixteen Stone, el Vs., el Gish, el Temple of the dog y otros que olvido. O de rayar el Superunknown y el Badmotorfinger hasta quemar las rolas ya es algo del pasado. Y la vida sigue, por muy parco y escueto que se lea.

Así, toda una época se difumina y diluye como efecto “blurish” sobre una fotografía vieja. Se va Cornell, nos queda Vedder. Y la imagen punketa y rebelde del grunge, es solo un recuerdo en una repisa de discos compactos o una carpeta de un disco duro que no sabemos si aún sirve. Porque hasta eso fue noticia esta semana: el formato MP3 ha desaparecido por completo. Su fundador Fraunhofer IIS anunció que dejará de tramitar licencias con Technicolor. Ya los formatos ACC y MPEG-H son los nuevos inquilinos.
Adiós, MP3. Adiós, discos compactos. Adiós, adolescencia grunge. Adiós a una de las voces más poderosas y brillantes de los noventa.
Digo esto con Audioslave en los audífonos y, con la certeza de que los tristes siempre seremos tristes. Pero eso no es nada malo. Por eso hay que celebrar la vida cada día. Momento a momento. Beso a beso. Paso a paso. «In your house I long to be / Room by room patiently / I'll wait for you there / Like a stone / I'll wait for you there / Alooooone / Alooooone».
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